Capítulo 6

Domingo, 21 de junio. Año 69 después de los Días Oscuros

 

Queda una semana para la cosecha, y se nota en el ambiente de la Veta.

La inquietud y la preocupación son constantes. Los niños que acaban de cumplir 12 años están aterrados. Los que este año han cumplido los 18 y concluyen su periodo de cosechas esperan librarse por última vez. El resto se lamenta pensando en que lo peor pueda ocurrir.

En casa de momento estamos tranquilos. Preferimos disfrutar de esta sensación, ya que el año que viene empezará el suplicio para nosotros también.

Hoy mi padre tampoco ha podido ir a cazar, la alambrada del bosque sigue electrificada. Sin embargo, sí que hemos podido comer. Cuando me he levantado, me ha llamado, me ha pedido que me sentara a su lado, en una silla de la cocina, y ha sacado un libro que parecía antiguo. Estaba escrito a mano, y unos detallados dibujos de plantas y flores decoraban las páginas.

- Este libro puede sacarte de apuros. En muchas ocasiones te vas a ver como en estos días, sin nada que comer y sin posibilidades de ir al bosque a cazar. Ten, échale un vistazo.- me lo ha tendido, y lo he cogido con sumo cuidado.

He podido comprobar cómo había en él una extensísima relación de hojas, tallos, raíces, frutos y flores, todos ellos comestibles. Algunos eran fácilmente identificables, pero otros muchos no los había visto en mi vida, o me creaban confusión.

- Cuando encuentres alguna de estas plantas asegúrate de que es exactamente la que el libro describe. Los vegetales pueden ser muy peligrosos si no se tiene cuidado.

- ¿Todas estas plantas se pueden encontrar en el Distrito 12?- me parece increíble que lo que siempre veo como simple vegetación tenga tantas variedades, sobre todo en una zona tan pequeña como el 12.

- Todas. Algunas más fácilmente que otras, pero merece la pena buscarlas.

Nos hemos puesto en marcha enseguida, ya que hace un par de días que nuestras escasas reservas han empezado a ser insuficientes para alimentar a cuatro bocas. Sin nada que desayunar, hemos ido a la Pradera. Una vez allí, mi padre me ha vuelto a dar el libro, y me ha instado a que aprenda a buscar las plantas yo misma. Él se ha puesto a la tarea por su cuenta; pronto he visto que tiene una gran experiencia. No le ha hecho falta comprobar ninguna de las hojas que arrancaba de la tierra.

A mí me ha costado bastante. Al principio no sabía por dónde empezar, todo me parecían briznas de hierba. Tras un rato mirando a mi alrededor, he descubierto un pequeño cúmulo de hojas con una forma peculiar. Me he agachado, y he empezado a pasar las páginas del libro, comparando las imágenes cuidadosamente, hasta que he llegado a un dibujo en cuyo título se leía “rúcula”, escrito con una pulcra caligrafía. Con satisfacción he comprobado que la imagen era exactamente igual a las plantas que tenía delante, así que me he apresurado a recogerlas, cuidadosamente. Mentalmente, me he grabado la forma, color y nombre, por si en un futuro lo necesitara y no tuviera el libro a mi disposición.

Hemos estado alrededor de una hora en la Pradera, durante la cual he encontrado otras tres plantas de rúcula, y otra distinta, de un extraño color violáceo, que con el libro he podido identificar como “achicoria”. Cuando mi padre se ha dado por satisfecho hemos emprendido el camino hacia casa.

A mi madre le ha faltado tiempo para lavar cuidadosamente las hojas, y preparar una ensalada mezclando las variedades que habíamos traído.

No ha sido un día de caza como los que me gustan, pero no ha estado mal. Además, no deja de ser otra forma de traer comida a casa. Por la tarde me sentía satisfecha; parece que tengo muchas cosas que aprender de mi padre.

Ya de noche, nos hemos sentado los cuatro a observar el enésimo documental que emitía el Capitolio por la televisión, y creo que ha sido la primera vez en mucho tiempo que hemos mantenido una conversación fluida. No porque no estemos unidos (de hecho en mi familia somos bastante felices juntos), sino porque siempre hay algún otro problema en Panem que absorba nuestra atención.

Mientras hablábamos se me ha ocurrido preguntarle a mi madre por su familia, ya que apenas conozco unos pocos datos sobre ellos.

- Mis hermanos siguen viviendo en la zona de los comerciantes, aunque hace años que no sé absolutamente nada de ellos. Y por lo poco de lo que me he podido enterar, mi madre, vuestra abuela, falleció hace un par de años, puede que tres, por una neumonía.- una expresión indescifrable ha cruzado su cara.

- ¿Y el abuelo? – Prim ha hecho la misma pregunta que me estaba haciendo yo.

Nos ha mirado con una triste sonrisa, y ha desviado sus ojos azules hacia la pared.

- Creo que será mejor que os lo contemos cuando llegue el momento.- ha intervenido mi padre, con un tono de voz tan suave que he dudado haberle oído correctamente.

La situación se ha vuelto un poco tensa, mi madre no ha vuelvo a decir una palabra desde que Prim ha hecho la pregunta, y mi padre nos ha mandado a la cama. Mi hermana y yo nos hemos levantado sin objeciones y nos hemos ido a la habitación.

- Pobre mamá, no sabía que iba a ponerse así de triste.- ha dicho, claramente arrepentida por lo que acababa de pasar.

- No te preocupes, Prim, ninguna lo sabíamos. Si no hubieses hecho tú la pregunta, la habría hecho yo. Al menos ya sabemos que no debemos volver a mencionarlo.

Me he metido en la cama con ella, y he acariciado su pelo hasta que se ha quedado dormida. Yo no he podido conciliar el sueño. ¿Qué puede haberle pasado a mi abuelo como para que no nos lo quieran contar? Creo que es una pregunta para la que tardaré en encontrar la respuesta.

Sin embargo, a pesar de cómo ha terminado el día, me alegro de haber podido disfrutar de un poco de normalidad, algo que no puedes esperar encontrarte en el Distrito 12. Me resulta agradable pensar que hoy casi hemos sido capaces de olvidarnos de la desolación causada por la inminente celebración de los Juegos del Hambre.

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