lunes, 24 de septiembre de 2012

¡Capítulo 18!


¡Buenas, tributos! Por fin está aquí el capítulo 18.


Como llevo bastante tiempo sin subir capítulos, he hecho este el doble de largo que un capítulo habitual para compensar. Al principio pensé hacerlo en dos partes, pero deseché la idea. Así que aquí lo tenéis entero :)


Este capítulo me parece muy bonito y representativo, ¡ya veréis por qué!


¡Espero que lo disfrutéis tanto como yo disfruté escribiéndolo! :)


Domingo, 23 de agosto. Año 69 después de los Días Oscuros

Un mes. Llevamos más de un mes casi sin obtener productos manufacturados de otros distritos. Tampoco nos llega grano, fruta, verdura ni carne. Los pocos rebaños de cabras que hay en el distrito están menguando a velocidades insostenibles. Si la situación sigue así no sé dónde vamos a acabar.

Ya está muriendo gente. Cada pocos días vemos a un par de agentes de la paz entrar a alguna casa cercana para retirar un cadáver. Mi madre no nos deja mirar, pero no es la primera vez que presencio algo parecido.

La gente en general no tuvo la suerte que tuvimos nosotros.
Gracias a que mi madre nos mandó a Prim y a mí hasta la fachada del Edificio de Justicia, hemos tenido algo con lo que alimentarnos. La conciencia me remuerde a veces: toda esa gente aglomerada había llegado antes que nosotras, y muchos de ellos se quedaron sin provisiones. Mi hermana y yo nos colamos.
Por otra parte… esto es el 12. Mi madre no deja de repetirnos que no nos podíamos permitir el lujo de respetar los turnos. Y tiene razón. Si Prim y yo no hubiésemos llegado a recoger nuestro vale, posiblemente ya habrían venido a recogernos los agentes de la paz. Igual que a nuestros vecinos.


Mi padre lleva bastante tiempo muy apagado. No es él. Le falta algo, y yo sé qué es. El bosque. La vigilancia aumentó, y la alambrada ahora está casi siempre electrificada. Desde que el Presidente Snow anunció la época de escasez, no ha salido a cazar ni un solo día.

Está triste, sus ojos grises no tienen esa chispa de siempre. Intenta disimular cuando está con mi hermana o conmigo, pero no se puede ocultar lo obvio. Por eso, esta mañana me ha pillado completamente desprevenida cuando me ha llamado desde la puerta y me ha sacado a la calle con una sonrisa cómplice.

- ¿No te sientes como un pájaro enjaulado?- ha preguntado.

Yo, confundida por la pregunta, me he limitado a asentir sin demasiada convicción.

- Entonces vamos a extender un rato las alas.- lo ha dicho completamente convencido, y su mirada se ha perdido en el azul del cielo.

Definitivamente, a mi padre no le sienta bien estar encerrado en casa. Cuando he empezado a dudar seriamente de su cordura, se ha agachado hasta quedar a mi altura, y me ha dicho muy bajito al oído:

- ¿Nos escapamos un rato al bosque?

- Pero… - empiezo a decir, sumida en un mar de confusión. ¿A qué se refiere? ¿Tiene un plan, o es que ya está desvariando?

- Chsss… solo ven conmigo.

La chispa ha vuelto a sus ojos. Me mira seguro. Ese es mi padre. Sé que puedo confiar en él.


Caminamos más de un cuarto de hora junto a la alambrada, cruzándonos con multitud de agentes de la paz. Cuando pasan cinco minutos sin que hayamos visto a ninguno, llegamos a un árbol viejo, con un tronco rugoso y retorcido, que eleva sus ramas por encima de la alambrada. Entonces lo entiendo: mi padre pretende cruzar al otro lado pasando por encima de la alambrada.

- Empecé a pensar en la posibilidad de usar este árbol como puente hace un par de semanas, pero no estaba lo bastante seguro. Sin embargo… creo que podemos conseguirlo.

No puedo evitar contagiarme de su sonrisa y su entusiasmo. Sin perder más el tiempo, empiezo a trepar yo. Mi padre se queda abajo esperando, por si tiene que echarme una mano. Sin embargo, tengo tantas ganas de pisar otra vez el bosque que mis manos y mis pies se mueven solos buscando apoyos en la corteza. Cuando llego a una rama suficientemente gruesa como para soportar mi peso, es mi padre el que empieza a subir. Observo atentamente sus movimientos: parece que lleve toda su vida trepando, se mueve con la agilidad de una ardilla, con la gracilidad de un gato.
Sin esperármelo, veo que se agarra con piernas y brazos a una de las ramas que cuelgan sobre el otro lado de la alambrada, y se deja caer sobre la alfombra de hojas y musgo. Al momento me inquieto: son más de seis metros de caída. Pero mi padre, una vez más, me gana en experiencia, y al caer rueda sobre su hombro. Se levanta con una enorme sonrisa triunfal.
Ahora me pregunto cómo bajaré yo. Le miro inquisitiva, esperando alguna instrucción, pero enseguida entiendo que debo ser yo la que lo haga.
Decido bajar hasta la rama por la que ha pasado mi padre, y me aferro a ella imitando sus movimientos. No es muy rígida, así que cuanto más me acerco a la punta, más se comba hacia el suelo. Puede que consiga salvar un par de metros así.
Cuando ya no puedo más, decido dejarme caer. Miro hacia el suelo, y veo a mi padre esperándome abajo para amortiguar mi caída. Me digo a mí misma que cuanto más lo piense, peor será, así que simplemente lo hago.
En menos de un segundo he aterrizado en los brazos de mi padre, y estamos los dos en el suelo. Ha sido un buen golpe, tengo que aprender a bajar de los árboles, me digo mentalmente. Sin embargo, estamos los dos tan felices que no me importa para nada el dolor del costado derecho.

Aún es pronto, el sol está todavía bajo y el rocío se mantiene sobre la vegetación del bosque. Aspiro el aroma que hacía semanas que no disfrutaba.

Andamos de aquí para allá, conseguimos hacernos con tres ardillas y una paloma grande. Camino junto a mi padre durante casi dos horas. Al principio me parece que llevamos una dirección errática, pero al llegar a ese sendero una lluvia de recuerdos, emociones y sensaciones me inunda. Ya sé dónde me está llevando.
Al cabo de diez minutos más lo veo. Nuestro lago. Ahí está, tan hermoso como en mi memoria, arrancándole reflejos al sol como si quisiera hacerle competencia. En una de las orillas veo la casita de cemento abandonada en la que tanto he jugado de pequeña, con su chimenea casi derruida.
No puedo evitarlo y echo a correr, abandonando la sombra del bosque para exponerme al abrasador sol de agosto. No me había dado cuenta, pero ya serán más de las once, y el calor se cierne sobre el claro. Qué día más perfecto para disfrutar del agua.

Me apresuro a despojarme de mi ropa, y la amontono como puedo dentro de la pequeña construcción. Corro descalza por la hierba, que me hace cosquillas en los pies, y al llegar al borde del agua ya no puedo aguantar más. Salto rompiendo la quietud de la superficie, sintiendo cómo el frescor me invade, dejando que el agua borre la suciedad que se ha acumulado en mi piel. Aguanto la respiración todo lo que puedo, y disfruto al máximo de la sensación de ingravidez. Muevo la cabeza, haciendo que mi pelo flote, me impulso con pies y manos, y cuando ya no puedo más, salgo de nuevo a la superficie. Me siento limpia y ligera, feliz.

Mi padre me enseñó a nadar cuando yo aún era muy pequeña. Casi ni lo recuerdo, pero sé que fue aquí, en este lago. Mientras floto mirando al cielo sin nubes, pienso que si algún día tengo hijos también les traeré aquí.

De pronto noto las ondulaciones del agua, y algo tira de mi pierna bruscamente, sacándome de mis pensamientos.

- ¡Papá…! –empiezo a gritar, pero es más fuerte que yo y antes de que pueda terminar la palabra ya estoy completamente sumergida y tragando agua.

Subo a la superficie tosiendo, y mi padre estalla en sonoras carcajadas. Mi enfado dura tres segundos más, y entonces me lanzo a por él.

No sé cuánto tiempo estamos en el agua, salpicándonos, hundiéndonos y haciendo carreras. Solo nos hace parar el ruido de mi estómago, quejándose para recordarme que tengo hambre.
Nos sentamos en la hierba, dejando que el agradable calor del sol nos seque, mientras desollamos dos de las ardillas que conseguimos por la mañana. Cuando todo está listo, mi padre prende una pequeña hoguera en la maltrecha chimenea de la casita de cemento abandonada, y asamos los roedores. Guardamos la paloma y la otra ardilla; supongo que las llevaremos a casa ahora que el Quemador está prácticamente rodeado de agentes de la paz incorruptibles.

Después de la agradable comida me recuesto al pie de un viejo chopo. Casi sin darme cuenta, me quedo dormida, con los rayos del sol acunándome y unos cuantos dientes de león acariciando mi cara.
No sé cuánto he dormido, pero cuando abro los ojos el sol ya está bajo. El espejo que es el lago ahora muestra el color anaranjado del atardecer. Mi padre ya ha recogido todo y está listo para marchar. Se arrodilla a mi lado con una tierna sonrisa y me ayuda a desperezarme.

- Vamos, pajarito. Creo que tu madre debe estar pensando que nos han devorado los perros salvajes.

Cuando por fin llegamos a la alambrada ya es de noche. Estoy derrotada por el cansancio, a pesar de la gran siesta que he dormido. Por eso se me cae el alma a los pies cuando el zumbido eléctrico de la valla me recuerda que hay que volver a trepar para pasar al otro lado.


Mi madre abre la puerta de casa con urgencia, y por su cara se suceden varias emociones: el alivio al ver que hemos vuelto sanos y salvos, el principio de un gesto de reproche, y finalmente una sonrisa al comprender que esto era justo lo que necesitábamos.

- ¿Pero quién es esta niña tan guapa y limpia que traes contigo? ¿Dónde has dejado a Katniss? –bromea mi madre. Es cierto, a pesar de la caminata de vuelta, me he mantenido limpia e impecable después de mi baño en el lago. Casi estoy irreconocible.

Nos prepara a todos un suave guiso con parte de la carne de la paloma. Normalmente habríamos guardado todo como provisiones, pero el día ha sido tan agotador que necesitamos reponer fuerzas urgentemente.

Cuando me acuesto al lado de Prim me pregunta si algún día podrá ir al lago. Nos quedamos hablando un buen rato hasta que mis párpados no pueden más y caen irremediablemente sobre mis ojos. Me siento feliz por primera vez en mucho tiempo.
Ojalá, alcanzo a pensar, pueda disfrutar de días así con mi padre durante muchos años.





8 comentarios:

  1. lee el comentario q tu repuesta que te deje en la otra entredad (sieno ser tan pesada)

    ResponderEliminar
  2. Me encanta su padre, lo del árbol es como el que salto en el libro ! Ojala no tuviese que morir :(

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ya, le estoy cogiendo mucho cariño, creo que me va a costar mucho escribir su muerte cuando llegue... :(

      Eliminar
  3. AYYYYY DIOSSS QUE HERMOSO........ TODAS LAS COSAS QUE PIENSA KATNISS ME HACEN LLORAR..... ES BELLISIMO... REALMENTE GENIAL...... TODO EL CAPITULO ES PRECIOSO!!!!!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias!!! :)
      Se ve que Katniss es muy feliz cuando está con su padre! :)

      Eliminar
  4. Me ha encantado,es genial,como siempre :') Lo del pajarito me ha sonado a guiño de sinsajo...JAJAJA Jo,yo quier un libro material de tu blog y una película #HeDicho :)
    NO DEJES DE ESCRIBIR,UN besazo enorme <3

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Joooo Carol muchas gracias! ^^ ya me gustaría a mí que se hiciera un libro con mis capítulos jajaja pero me da que tendría alguna que otra peleilla con Suzanne Collins... XD

      Eliminar
  5. uoo jaja hasta has puesto lo de que su madre no la reconocía de limpita que estaba jeje me encanta este capiii!!! :D

    ResponderEliminar